miércoles, 26 de septiembre de 2007

Ponencia IV Coloquio de Historia del Cine, Xalapa de Enriquez, Veracruz.

Este es el texto comentado en el aula Clavijero de la Universidad Veracruzana, durante la celebración del IV Coloquio de Historia del Cine, el 22 de Mayo de 2007. El centro de interés en esta ocasión fueron los fenómenos fílmicos regionales y las perspectivas de las regiónes.

Caso Tabasco: del sueño a la realidad*

Tabasco, como el resto de la provincia mexicana, también soñó verse representada en la pantalla grande. La fuerza de las primeras imágenes del cinematógrafo que vieron los tabasqueños radicó en el descubrimiento de un mundo nuevo y desconocido que, junto con el efecto de lo que ha producido en el resto del mundo, nos trajo a la era en que, en breve, estaremos diciendo adiós al celuloide como soporte y vehículo principal de la sustancia del cine; una era que casi nos ha tomado por sorpresa. En este contexto, la producción de cine en nuestro país comienza a dividirse en cine citadino y cine de provincia, cuyos casos más visibles son el cine regiomontano y cine del bajío.
Tabasco, una tierra que literalmente se sitúa entre el agua y el fuego, no es sitio propicio para la preservación de la memoria escrita. Por ello, y por las características de los inicios del periodismo en México, y particularmente en Tabasco, es difícil saber a ciencia cierta cuándo y cómo se exhibió en la localidad Viaje del General Plutarco Elías Calles a Yucatán, Campeche y Tabasco (1921) , presumiblemente la primera película que debe haber sido vista por un gran público en la entidad, si bien Perla Ciuk ha citado una referencia anterior que ni siquiera se ha podido rastrear por referir a las primeras camadas de tomavistas y operadores Lumière llegados a México y Veracruz y por extensión, presumiblemente a tierras tabasqueñas. De cualquier forma, se supone probable que una película de tipo proselitista recibiera mayor atención, si bien no es difícil imaginar que esta atención, como ocurre probablemente en nuestros días, resultó un tanto forzada.
Estaríamos hablando entonces de la primera vez que el tabasqueño –como ente social– pudo verse en pantalla, haciendo valla a su presidente o en cualquier otra actividad similar. ¿Sería aventurado decir que a partir de ese momento Tabasco soñó con verse representado en ese mundo maravilloso que le permitía verse y, asimismo, les permitía a todos los demás asomarse al terruño?
Muy probablemente este fenómeno haya ocurrido algún tiempo atrás, pues no se necesitaba que el personaje en pantalla fuera tabasqueño para saber o para sentir que estar ahí era algo viable, pero con la película Viaje del General Plutarco Elías Calles a Yucatán, Campeche, y Tabasco, el sueño de pronto ocurrió sin más. Una realidad que duró muy pocos minutos y que se debió al trabajo de Luis G. Pereda, quien tres años después, en 1924, filmaría Los puertos libres mexicanos. La filmografía de Pereda sólo consta de dos películas.
Sin embargo, en 1923, Manuel Gamio, un cineasta un tanto más prolífico y con un registro que va de lo geográfico a lo folclórico, se interesó también en Tabasco, sumando Flor y fauna de Tabasco a un corpus que inscribía al estado en el circuito de intereses nacionales de tipo turístico y cultural, entre los que se contaba La fabricación de sarapes en Saltillo (1922), las Danzas de los indígenas de Teotihuacan y de las pirámides (1920) ó Palenque, Chichén Itzá y Uxmal (1923). También en 1923, Jesús B. Abitia, un tomavistas con una obra más vasta y amigo de Álvaro Obregón, realizó Tabasco , una cinta silente de cierto gusto más antropológico que turístico, aunque no desprovisto de cierto aire exótico y tremendista, de la cual presumiblemente no quedan copias debido a un incendio en sus bodegas particulares.
A juzgar por lo ocurrido en Tabasco entre estos tempranos lances y el muy distante rodaje de Tiburoneros (1963) de Luis Alcoriza, largo debe haber sido el período en que nuevas generaciones siguieron alimentando su sueño con el único aliciente de lo que se había visto; acaso otro político –ahora un tabasqueño de cepa como Tomás Garrido Canabal (1890–1943)- volvió a hacer uso de la cinematografía, aunque con fines abiertamente proselitistas, mientras, por otra parte, artistas de la localidad como Gloria Mestre o Leticia Palma llegaron a ser figuras del cine nacional, dándose el caso de que la primera de ellas llegó a formar parte de El bruto (1953), una de las películas mexicanas de Luis Buñuel.
Ciertamente, estos dos casos deben ser emblemáticos para que este romance largamente acariciado entre Tabasco y el cine cobrara cierta fuerza. ¡Dos tabasqueñas en el ámbito del cine nacional! La primera, hija de un respetado ex gobernador y la segunda, paraiseña conocida en la entidad como Zoyla Gloria Ruiz Moscoso, de familia honorable. Afirmar que todas las tabasqueñas de entonces sintieron natural envidia por sus famosas paisanas, mientras en sus paisanos provocaban una variedad infinita de exclamaciones y emociones, no es exagerado: Gloria con sus sinuosas danzas cinematográficas y Leticia, como afirmara García Riera, “una de las más interesantes presencias” en las pantallas mexicanas.
Pero si en 1921, con Viaje del General Plutarco Elías Calles a Yucatán, Campeche y Tabasco los sueños de cine parecían más bien guajiros, con Gloria y Leticia el asunto adquirió dimensiones muy distintas, al grado de que Luis Alcoriza –quien en 1952 había hecho el guión de El bruto para Luis Buñuel, donde Gloria Mestre tiene el papel de María– se traslada a un olvidado puerto tabasqueño para rodar Tiburoneros, en 1962/1963. Esta es la primera película conocida, de ficción, rodada totalmente en Tabasco y con personajes de la talla de Eric del Castillo, Tito Junco, Noé Murayama o Aurora Clavel. La película tuvo repercusión nacional y el nombre de Tabasco adquirió una presencia fugaz en el panorama cinematográfico, ya que hasta 1975-1976 la industria nacional regresaría nuevamente a la entidad con Alberto Bojórquez, para realizar el rodaje de Lo mejor de Teresa, mientras dos años después, en 1978, Alberto Vázquez Figueroa arribaría al terruño para realizar un rodaje con locaciones en el Río Amazonas, Brasil y en el estado de Chiapas, además de Villahermosa, capital de Tabasco.
A diferencia de Tiburoneros, donde la historia involucraba los elementos e idiosincrasia propia de la zona y ésta tenía una importancia casi fundamental para el desarrollo del filme, Manaos es una historia que claramente utilizó las locaciones tabasqueñas por sus características generales y, muy probablemente, por el costo que implicaba realizar el rodaje completo en Brasil. De cualquier manera, Tabasco recibía nuevamente a la industria nacional, si bien tuvieron que pasar casi dos décadas para que esto volviera a ocurrir. No obstante, casi otra década después, ya en 1986, vino Julián Pastor con artistas como Ana Luisa Peluffo y Blanca Guerra con un propósito semejante: aprovechar las características del puerto de Frontera y el río Grijalva para filmar Orinoco, película inspirada de un delirante guión de Emilio Carballido y cuya trama tiene lugar por las riberas sudamericanas.
Por los efectos de Tiburoneros y Manaos, pero también porque se redescubrió el potencial sociológico y las derivaciones que podría traer el desarrollo cinematográfico para Tabasco, algunas administraciones estatales decidieron impulsar la actividad cinematográfica de una manera más agresiva. Ciertos gobernantes atrajeron la atención de algunos cineastas, otorgando grandes facilidades para que realizaran trabajos en Tabasco, pero incorporando sus intereses de desarrollo económico en sus producciones. En este contexto, Alejandro Pelayo concibió Morir en el golfo (1988/1990), película basada en la novela homónima de Héctor Aguilar Camín y adaptada personalmente por el director y dramaturgo Víctor Hugo Rascón Banda. La trama del filme tuvo muchos adeptos, ya que representa en la pantalla grande la corrupción en México, tema y problema vigente en la sociedad de nuestro tiempo. El estado tabasqueño otorgó grandes facilidades para el rodaje que se desplazó de las colonias Roma y Condesa de la Ciudad de México hacia Tlacotalpan Veracruz, la villa de Tapijulapa y el municipio de Teapa, en Tabasco, para rematar en la ciudad de Villahermosa y regresar al Museo Nacional de Antropología en la Ciudad de México. Actores de gran prestigio integraron el elenco y miles de tabasqueños participaron como extras, alternando con figuras como Blanca Guerra, Enrique Rocha, María Rojo, Ana Ofelia Murguía, Luis Manuel Pelayo y Lisa Owen. El filme fue galardonado con una diosa de plata por mejor película y con ello prolongó su permanencia en las carteleras, alcanzando altos índices de popularidad. Así, el sueño no sólo tabasqueño, sino mexicano, de ver representada nuestra realidad en uno de sus aspectos más problemáticos y controvertidos, se hizo realidad. Tabasco estuvo mucho tiempo en la boca y en los ojos de todo México; con esas locaciones en Villa Tapijulapa y esos atardeceres en el mar, se vislumbró un paraíso y todo mundo quiso ir, todo mundo quiso saber de Tabasco. También México estuvo en boca de todo el mundo .
En años posteriores, varios filmes más siguieron rodándose en Tabasco, sobre todo películas internacionales de consumo como House of cards (1993), Juana la cubana (1994) o Inmortal combat (1994). En ellas se utilizaron locaciones tabasqueñas dentro de un contexto regional, como el circuito México–Palenque–Tabasco en la última, o el triángulo Miami–Quintana Roo–Tabasco en la anterior; mientras la primera contextualiza un tema como el chamanismo, la segunda plantea el problema de las relaciones madre e hija y la tercera es una película de acción.
Hasta 1999, otro suceso elevó el ánimo de los cinéfilos tabasqueños. Sergio Olhovich Greene, nacido el 11 de octubre de 1941 en Sumatra, Indonesia, de padre ruso y madre tabasqueña, quien había estudiado dirección de cine en la tierra de su padre, realizó En un claroscuro de la luna, quizá la película más ambiciosa que en términos visuales y poéticos se halla rodado en Tabasco y, como el caso del filme de Alejandro Pelayo, tampoco careció de popularidad, apoyos estatales y simpatía popular. Nuevamente fueron utilizadas generosas cantidades de extras y artistas tabasqueños y medio Tabasco se vio en el filme, en compañía de artistas internacionales como Jorge Sánz, Piotor Velidovich o Zinaida Kiriyenko, así como de artistas nacionales tan destacados como Blanca Guerra, Arcelia Ramírez, Delia Casanova, Tiaré Scanda, Gabriel Porras y Rafael Cortés.
Lamentablemente, en términos de los factores que alimentaron el idilio entre Tabasco y el cine, esta película fue la última memorable. Acaso un año más tarde, en pleno 2000, pasó por el estado el equipo de María Novaro con la realización del road movie Sin dejar huella, básicamente rodado en Campeche y Yucatán, pasando por Tabasco, cuando se vivían las consecuencias de un par de huracanes que azotaron casi simultáneamente la zona, por lo que ningún tabasqueño estuvo conforme con las imágenes que del terruño devolvía la pantalla.
Algunos años después, la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte quiso aprovechar el efecto Olhovich, intentando comprometer al cineasta para encabezar un proyecto de tipo formativo en el campo del cine, anunciando con entusiasmo ante los medios la creación de un instituto cinematográfico que no llegó a cristalizar debido a las contingencias propias de los proyectos improvisados.
Sería inexacto afirmar que sólo el fenómeno de los rodajes in situ ejerció gran parte de la influencia para que a lo largo de un siglo se fuera incubando el sueño de Tabasco de verse en pantalla. Un sueño que carecía de posibilidades reales, pues la entidad nunca ha estado cerca de Hollywood; ni siquiera de la Ciudad de México, donde se ha desarrollado gran parte del cine nacional. Nunca un artista internacional de gran renombre pasó por aquí y mucho menos decidió hacer de Tabasco su sede.
Tampoco es exacto afirmar que los casos descritos han sido los únicos rodajes que se han hecho en Tabasco, pues la investigación también arroja casi una veintena de cortometrajes, documentales, audiovisuales y telenovelas realizadas en el estado, principalmente entre los años 80 y 90, y aún después del 2000. Aunque la presencia de tabasqueños en la dirección de estas obras ha sido casi nula, con la única excepción, tal vez, de Tabasco, entre el agua y el fuego (2004), realizada por Iván Trujillo Bolio , biólogo radicado en México. El entusiasmo que generó Iván Trujillo con esta producción, estrenada durante el Festival Ceiba de ese mismo año, cuando además se le concedió la presea Savia del Edén, sólo fue equivalente al nivel de satisfacción de las autoridades estatales que así se abrogaban la paternidad de un sueño por el que francamente, más por el tiempo que tomó en desarrollarse que por regateo político, no hicieron mucho.
Un tema de mayor interés, para rastrear los orígenes del sueño de verse representado, radica en la exhibición cinematográfica en la entidad. Perla Ciuk, en su Diccionario de Directores de Cine Mexicano (IMCINE-CONACULTA-Cineteca Nacional, México, 2000), nos ofrece la historia de quien debió ser el exhibidor más antiguo en la entidad, el doctor William Taylor Casanova, “vecino de San Juan Bautista, hoy Villahermosa, Tabasco. En agosto de 1897 da a conocer el cine en el Teatro Merino de esa capital, con un aparato bautizado con el nombre de proyectoscopio que importó de Nueva York […] A partir de entonces, se dedicó algunos meses a la exhibición itinerante por las poblaciones de la costa del Golfo de México, hasta que arribó a Orizaba. Ahí abandonó sus aventuras fílmicas y reanudó el ejercicio de la medicina”.
Desde aquellos años, la historia de la exhibición continuará en Tabasco un tanto como en el resto del país, con sus características sucesiones de auge, crisis y letargos. Eventualmente, a partir de los años setenta, el Estado tabasqueño se incorporó momentáneamente al circuito de Muestras Internacionales de la Cineteca Nacional, e incluso algunos particulares como Ignacio Cobos o el locutor Luis Illán Torralba, organizaron algunos eventos relativos a la entrega de premios y similares, al tiempo que se formaban compañías productoras de películas como Tabasco Films, empresa que unos años después intervino en la realización de uno de los nuevos hitos en la historia del cine nacional: Amores Perros.
Sería hasta 1997, cuando Pedro Luis Bartilotti Perea, Director General del entonces Instituto de Cultura de Tabasco, emprendió la iniciativa de fomentar la existencia de un circuito de exhibición de cine de calidad, retomando la organización de las Muestras Internacionales de Cine y usando para ello el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, con capacidad para más de mil personas. Paralelamente a las exhibiciones, Bartilotti también acordó con Alejandro Pelayo, a la sazón Director General de Cineteca Nacional, la realización conjunta de un diplomado de historia del cine, con la participación de los profesores e investigadores de esa institución y de otras nacionales, así como de algunos profesionales de la dirección en México. De esta forma, logró integrar un cuerpo estudiantil de cerca de cincuenta jóvenes con matrícula pagada y en su mayoría provenientes de las distintas licenciaturas en comunicación de universidades públicas y privadas.
Como buena parte de los estudiantes trabajaban o colaboraban en medios de difusión masiva, tanto las muestras como el diplomado y la frecuente visita de personajes obtuvieron gran difusión. En poco tiempo las Muestras Internacionales alcanzaron éxitos considerables y, unos años después, se organizaron frecuentes funciones especiales para estudiantes de distintos colegios públicos y privados. Puede decirse que los estudiantes de más de la mitad de los colegios con preparatoria y universidades transitaron varias veces por estas funciones, aunque de esto también se derivaron otro tipo de consecuencias.
De pronto, la juventud comenzó a demandar mayor atención. El cine les había interesado y querían hacerlo a toda costa. Ante la inercia de las instituciones para atender demandas inmediatas y un tanto infundadas, los jóvenes empezaron a transitar sus propios caminos y siguieron presionando, ya con declaraciones a los medios, ya con indiferencia hacia las actividades de la cultura oficial y, principalmente, trabajando en sus propios proyectos. Eventualmente, los más avezados participaron en el Festival Cine, Video y Sociedad de Yucatán, de donde regresaron decepcionados por percibir, a decir de ellos mismos, “cierto chauvinismo en el ambiente yucateco”. Sin embargo, de la decepción pasaron al contento, pues en la siguiente edición del festival, los organizadores consiguieron apoyos económicos de la alcaldía de Villahermosa para incluir dentro del festival yucateco, un premio especial para participantes tabasqueños.
Un buen día de 2006, la entonces Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte asumió otra actitud, lanzando una convocatoria para adquisición de cortometraje dentro de los festejos del IV Festival Internacional Ceiba. El premio consistía en $ 10,000.00 y proyección en el cuerpo de una muestra de cine ensamblada para su exhibición ex profeso en el festival tabasqueño . A pesar de las vicisitudes propias de estos casos, hubo varios trabajos memorables, provenientes de algunos estudiantes identificados con varios de los cursos y talleres ya celebrados, así como otros que venían de diversas universidades. El concurso lo ganó El premio, producción estudiantil realizada en España por españoles dirigidos por Ángeles Rodríguez Bastarmérito . Ecce Homo de Azucena Juárez y el cortometraje animado Fantasía Taurina, de Alejandra Pérez González también destacaron por su calidad formal y por pertenecer, éste último, al género animado y dirigido al público infantil .
Después de asomarnos a esta trayectoria, se nos presentan varias interrogantes: ¿Debemos pensar que los sueños de todos los jóvenes que estudian historia del cine, tomando talleres de cortometraje y haciendo toda clase de audacias con sus cámaras, han salido de la nada por generación espontánea? ¿Qué papel han jugado las universidades locales lanzando al mercado más de 200 profesionales anuales de la comunicación a un universo que escasamente ofrece sustento para un par de decenas? ¿Qué podemos hacer desde nuestras instituciones para cooperar con quienes evidentemente, como Alejandro González, Guillermo del Toro o Alfonso Cuarón, algún día, inevitablemente harán voltear los ojos del mundo –y además con cierta empatía– nuevamente hacia nosotros?
En Tabasco, definitivamente, hay un considerable número de gente que ha soñado, sueña y soñará con verse y reconocerse en la pantalla tanto en lo propio como en lo otro. Qué tan considerable es ahora esta cantidad de gente no carece de importancia. Sabemos que no es tan elevado como el que alguna vez soñó con hacer de la entidad un polo de desarrollo para la agricultura, la ganadería o la industria petrolera. Pero si visualizamos en perspectiva el desarrollo de la industria en México, la industria cinematográfica podría llegar a tener un desarrollo tan importante como sus predecesoras.
A diferencia de otros movimientos registrados en el ámbito del cine nacional, el actual surgimiento de trabajos realizados especialmente en el área del cortometraje, a nivel regional, es independiente de las políticas oficiales y las modas propiciadas por los vaivenes de la industria. Estos cortometrajes nacen de las necesidades expresivas de las generaciones actuales e impregnan su sello de autenticidad. Si tuviera que buscarse en la región sur sureste de México un liderazgo claro, en Tabasco tendríamos que voltear hacia Veracruz, donde incluso se tiene una Comisión estatal de filmaciones que promueve la realización de rodajes nacionales e internacionales de manera constante, al menos, en la ciudad de México. Aunque, como ha demostrado recientemente Apocalypto, este trabajo de promoción, con cierta frecuencia, ha trascendido las fronteras de nuestro país. En el ejercicio de reconocer las posibilidades de la participación de la región como posibilidad de mayor desarrollo de nuestra industria y arte cinematográfico, no es ocioso considerar las experiencias de quienes llevan un mayor trayecto recorrido.
Mark Cousins nos recuerda que “En la Francia de los años veinte, la industria del cine se hallaba en crisis. Hollywood había monopolizado el mercado: frente a las 725 películas producidas en Estados Unidos en 1926, en Alemania se produjeron 200 y en Francia sólo 55, muchas de ellas llevadas a cabo por compañías modestas”. En una situación que habría de repetirse a lo largo de toda la historia del cine, fueron los diferentes cines nacionales los que más hicieron no sólo por contrarrestar el realismo romántico , sino que en algunos casos, como el de Francia, desarrollaron industrias ampliamente saludables o incluso se crearon movimientos estéticos que hasta la fecha presente, no han podido ser superados.
El caso Tabasco no puede ser, en nuestro contexto, muy diferente; algunas cosas coinciden con otras, unas más con un grupo mayor o menor de ellas y, naturalmente, nos quedan las que más nos caracterizan.
Aunque las películas regiomontanas y jaliscienses comienzan a llegar con gran esfuerzo a las pantallas públicas debido al centralismo cultural de México, tal parece que esta llegada ha sido tardía, pues queda poco tiempo para que se cumpla la sentencia de Kodak de retirar del mercado cinematográfico el celuloide. En este contexto, la configuración de un esquema de cine bajo una perspectiva regional parece una consecuencia. Por ello, se hace necesario reconocer nuestra capacidad para identificar los elementos que nos son comunes y distintos, así como nuestras fortalezas y debilidades, para que mediante tareas y trabajos posteriores pudiéramos ir descubriendo dónde o cómo estas debilidades pudieran transformarse en factores distintos y de carácter benéfico.
En el caso Tabasco, sería conveniente para su incipiente producción fílmica, responder a una condición emergente de expresión, estableciendo ciertas pautas de tipo formativo, pero el área académica del cine no existe en la localidad y se hace necesario voltear hacia otras latitudes. ¿Cuales serían estas latitudes? ¿Qué tipo de convenios podrían establecerse entre nuestras instituciones para ir caminando en este sentido? Tabasco, a su vez ¿estaría en condiciones de regionalizar su convocatoria anual de cortometrajes? ¿En que otras entidades podrían implementarse los mecanismos para impulsar la aparición de otras convocatorias?
Las interrogantes se multiplican cada vez más, por lo que se hace se hace necesario comenzar a realizar algunas anotaciones, y para ello se requiere ir construyendo vínculos y acuerdos susceptibles de llegar a conformar programas operativos y de trabajo. En este sentido, es justo reconocer y valorar esfuerzos como el que se realiza para la organización de este Coloquio, que además de permitirnos reflexionar sobre la magnitud y potencial del cine desde una óptica regional, así como intercambiar experiencias, preconfigura diversas posibilidades y agendas. Una de las que hace tiempo se hecha de menos, por ejemplo, es la de una efectiva vinculación del trabajo de las distintas instituciones e instancias que participan en el área cinematográfica, desde una perspectiva estatal, legislativa, editorial, académica e industrial.
Otro problema de urgente atención es la formación de cuadros. Revalorar los proyectos que han funcionado, para efectos de continuidad, reestructuración e implementación es una tarea impostergable para transitar caminos distintos a la improvisación: es necesario insistir en las tareas de apoyo al conocimiento global del cine, su apreciación, su historia y su valor como arte e industria; en el estudio y profundización de sus efectos al interior del cuerpo social, aunque también se pueden emprender tareas inmediatas como la conformación de directorios, intercambios, residencias y preservación de archivos que nos puedan conducir hacia la investigación, difusión de programas --específicos, particulares o federales-- así como la realización de talleres, cursos, seminarios y diplomados.
En muchos casos, al aspecto básico del cine, la proyección, le hace falta ya una intensa revitalización. Del total de cintas que son estrenadas en la Ciudad de México, aproximadamente un treinta por ciento se queda sin lugar en las pantallas del interior. En este sentido, es fundamental el trabajo tanto de Cineteca Nacional como de la Filmoteca de la UNAM, instituciones que en la última década han logrado ampliar sus circuitos de exhibición, pero ante el surgimiento de nuevas distribuidoras que primordialmente se ocupan de cine del mundo, este trabajo se vuelve significativamente menor, pues la oferta de cine crece a un ritmo superior al de pantallas destinadas a este sector.
¿Por qué un estado como Tabasco, con una tradición tan distinta a las entidades más desarrolladas en el campo cinematográfico, aspiraría a insertarse en el mundo del cine? La respuesta surge de inmediato: quizá porque los sueños nada tienen que ver con lo racional, sino con la parte más íntima del hombre. El cine nos interpela, en alguna medida, como lo hacen las artes escénicas; la influencia que ejerce sobre los espectadores el poder de la autorrepresentación que le es propia, puede movernos a risa, conmiseración, temor, sorpresa, pero sobre todo, a la reflexión; se trata de emociones, percepciones y apreciaciones que, más tarde o más temprano, nos conducen a adquirir conciencia. Y, quienes tienen acceso a ella suelen tener mayores posibilidades de situarse adecuadamente frente a los temas y problemas que hoy nos ocupan y que son el objeto de este trabajo. * El titulo original del presente trabajo fue: "Notas sobre el cine en Tabasco", pero aun no me decido pues en realidad debía ser: "Hacia una filmografía Tabasqueña".